Una vez conocí un hermoso cuervo azul. Wokk, llamé a la majestuosa ave. Era un animal orgulloso, algo malvado, pero una vez que conseguí su corazón se volvió dulce y cariñoso.
Nunca podré decir que fue mio, pues como todas las aves, Wokk disfrutaba de volar libre y sin ataduras. Me enamoré perdidamente de él a pesar de todo lo que me decía sobre lo que podía pasar si me entregaba completamente a sus encantos. Sin dudar lo hice, era inevitable.
Creí que así, haría a un lado todo y sería mio ciegamente. Pero jamás lo hizo, a pesar del incondicional amor, nunca voló hacia mi para quedarse. Solo volaba frente a la ventana que yo, religiosamente, dejaba abierta día y noche. Algunas veces se posaba en ella, siempre para irse y dejarme sola otra vez. Sin ojos, sin manos, sin lengua, sin él.
Un día, cerré la ventana y me despedí de mi hermoso cuervo azul. "Adiós! y no vuelvas!" grité. "¿Por qué?"- preguntó con rencor en su graznido. "No me haces feliz" - mentí descaradamente, era necesario. Claro que me hacía feliz, como nadie sabía. Pero tarde o temprano se iría volando de mi para jamás regresar. El temor al dolor del que jamás me recuperaría me hizo alejarlo para siempre.
Deja que el viento te guíe
Hoy, a veces pienso en el. Recuerdo su belleza y como me enseñó a volar. Volamos por rumbos diferentes.
Hoy, sigo esperando en la ventana...